Diario La Nación, jueves 19 de julio, 2001

Para fans de “Chiquititas”

            A estas alturas, “Chiquititas” ya es más que una serie televisiva y que un espectáculo teatral. Es, sin duda, un poderoso imán que convoca a miles de seguidores de corta edad que se divierten y se emocionan en torno de esa pandilla de chicos siempre dispuestos a vivir aventuras teñidas de ternura.

            La pantalla grande no podía estar ausente en esta convocatoria, y así nació este film que no difiere demasiado de lo ya conocido (ni desea hacerlo), y prosigue su camino de aplausos con su fórmula repetida pero no menos eficaz.

            Belén- una Romina Yan que conoce al dedillo su papel- es una muchacha dulce que, por medio de un sabio, obtiene el privilegio de decidir su propio destino. Desde este momento emprende su camino con la confusa idea de que su historia está emparentada con unos valiosos diamantes azules y con la profunda convicción de que marcha a entregar todo su amor a un grupo de chicos huérfanos.

            Con su pequeña valija en la mano llega a un pueblecito en medio de las montañas, conoce a un artesano (por supuesto, simpático y buen mozo) y solicita trabajo como cocinera en un orfanato dirigido por un individuo ambicioso y poco gentil con los niños.

            Allí, en ese edificio bastante siniestro, Belén comprueba que los pequeños recluidos perdieron las alegría de vivir y no saben reír, ni jugar, ni soñar. Pero la nueva habitante sabe hacer buen uso de toda su ternura y comprensión, y los huerfanitos van, poco a poco, confiando en su calidez.

 

Cuento ingenuo

            Construido como un cuento para la hora de dormir, “Chiquititas. Rincón de luz” no se aparta de las sabidas fórmulas que amasaron el suceso de la tira televisiva. Todo el relato es ingenuamente poético, está vestido por danzas y canciones de impecable coreografía, los malvados tienen su castigo, la pareja central se enamora y los niños tristes de otrora vuelven a vivir el esplendor de la niñez.

            Los responsables de la producción no se apoyaron, felizmente, en este cheque en blanco que convocará, como en la TV y en el teatro, a multitudes de ávidos espectadores infantiles. Aportaron, en cambio, un esmerado diseño que otorga a la aventura gran atracción visual.

            La recreación de la aldea y del orfanato son hábiles trabajos de la escenógrafa Marcela Bazzano. La fotografía de Ricardo Rodríguez otorga todo el candor y la luminosidad requerida por la trama y se luce ampliamente en los exteriores registrados es bellos paisajes nevados.

            El realizador José Luis Massa, que contó con la eficaz dirección de arte de Jorge Ferrari y Juan Mario Roust, supo instaurar vitalidad a un guión que, si bien repite el archiconocido micromundo en que viven y crecen sus pequeños protagonistas, tuvo muy en claro que el cine necesita de algunos elementos más para atraer al público. T estos elementos- que pasan por lo visual, por lo musical y por ese mágico clima de inocencia- están presentes en esta producción a la que la simpatía de Facundo Arana, el sólido oficio de Juan Leyrado y la muy buena composición de Alejandra Flechner y del resto del elenco convierten en una invitación para un válido pasatiempo. Niños, jóvenes y muchos adultos no saldrán defraudados de este paso de “Chiquititas” por el cine, ya que el film no promete más de lo que da.

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